"Era una mañana de hace varios años, cuando
esperaba el tren en un andén. Lo esperaba de verdad: vigilaba el reloj,
escrutaba el horizonte a un lado y otro e intentando adivinar por donde llegaría.
Y eso, a pesar de que aun faltaban diez minutos para la hora prevista de
partida. Pero me preguntaba si seria un tren que venia de fuera – en ese caso,
si llegaría a la hora anunciada- o si saldría de allí- en ese caso, si estaría
en el anden con antelación y podría subir antes-. En resumen, colmaba mi espíritu
de pensamientos inútiles y carentes de interés.
Por suerte, me di cuenta a tiempo. De pronto,
me vi esperando mi tren como un perro aguarda su comida. Y me dije que no podía
ir por la vida de ese modo. Pensé entonces en mis pacientes, en los ejercicios
de presencia en el mundo que les recomiendo practicar con regularidad, e hice
justamente lo que suelo pedirles. Abandoné el registro de la acción –o, más
bien, del resoplar de impaciencia cuando solo vigilaba la llegada del tren- y
pasé al registro de la presencia. Prescindí de la espera y me concentré en mi respiración,
en la postura que mantenía; me enderecé lentamente, abrí los hombros y también
el oído, escuché los sonidos de la estación, los rumores, el ruido de las
ruedas en los raíles, el dialogo de los pájaros. Observé la luz de esa mañana
de primavera, los movimientos lentos de un tren de mercancías al final del andén,
las nubes, las instalaciones de la estación, los paneles informativos, los
edificios en la lejanía. Aspiré ese olor frío a metal que suele percibirse en
los andenes de las estaciones. Me maravillé de todo lo que había para ver y
sentir, de cuán interesante y tranquilizador era estar allí intensamente,
viviendo el instante presente.
Al subir al tren, me sentía más sereno que
nunca. No lo había esperado ni un segundo. Solo había vivido mi vida, unos
minutos enriquecedores. Unos minutos serenos.
Vivir con serenidad es un aprendizaje diario.
Detener la acción y sentir; adoptar una posición de observación, sin juicio ni
codicia; y apreciar la realidad tal como es. Podemos aprovechar los momentos
cotidianos de espera para relajarnos, dejar de pensar y sentir.
La no acción es la respiración de la acción. Es como el silencio que sigue al ruido. Es esforzarnos, en muchos momentos, para no pasar enseguida a otra cosa, a otra acción. Decidir tomarse un tiempo, no para reflexionar, sino para sentir, para dejarse invadir lentamente por la estela del instante. Permitir clarificarse, apaciguarse. Dejar respirar más a menudo a nuestro espíritu entre dos acciones cotidianas". Christophe André.
No hay comentarios:
Publicar un comentario