¿Será que nos da tanto miedo estar solos? ¿Tememos a nuestra propia voz interna? Porqué huimos de nosotros cada que podemos enfocando nos siempre en algo externo. Quizás no sea la soledad a la que se teme, sino a encontrarse desolados.
La soledad es la capacidad para estar en compañía de uno mismo, mientras que la desolación es sufrimiento por no estar acompañado y sentirse indefenso y vulnerable. Pagamos un precio muy alto por el temor a la soledad, siendo esclavos del movimiento y el bullicio que nos impiden reencontrarnos con nuestro propio ser, y esto se traduce también en dependencias, en espera de que otra persona nos venga a hacer felices, y creando expectativas excesivas, porque no sabemos estar sin el otro.
Es tan común que las personas se casen o tengan hijos no por convicción, sino porque eso dicta la sociedad para no ser excluidos o rechazados y sobre todo, para no estar solos. Se ha etiquetado la palabra soledad de tal manera que todos le rehuyen.
Para llegar a ser más conscientes de todo esto, es preciso tener el valor de enfrentarnos a estar con nosotros mismos, voluntariamente, evitando caer en el apego al otro o la entretenimiento para sentirme bien. Pequeños detalles y pequeños momentos en nuestra compañía, como si fuera un experimento, sin pantallas, sin atarnos a la interacción continúa y repetida con los demás. ¿Por que no? Salir, pasear con uno mismo, reencontrarse con ese ser genuino que habita dormido en cada uno de nosotros y hacer y decidir por convicción, no por ceder a las presiones externas, pues sí aprendemos a estar primero con nosotros mismos generaremos felicidad, estando o no acompañados.
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