Cada vez más, los seres humanos huimos de nosotros mismos, de forma deliberada nos llenamos de actividades por hacer, sonidos y un sin fin de cosas que nos provocan preguntarnos: ¿qué era lo que solíamos hacer antes de tanta tecnología?, ¿qué hacíamos con nuestro tiempo antes de tanto robó de consciencia continuo? Tanto tiempo valioso suprimido por el internet, la obsesión por las fotografías, los mensajes de celular, las redes sociales, los juegos, la televisión, etc. Pantallas casi todo el tiempo.
¿Será que nos da tanto miedo estar solos? ¿Tememos a nuestra propia voz interna? Porqué huimos de nosotros cada que podemos enfocando nos siempre en algo externo. Quizás no sea la soledad a la que se teme, sino a encontrarse desolados.
La soledad es la capacidad para estar en compañía de uno mismo, mientras que la desolación es sufrimiento por no estar acompañado y sentirse indefenso y vulnerable. Pagamos un precio muy alto por el temor a la soledad, siendo esclavos del movimiento y el bullicio que nos impiden reencontrarnos con nuestro propio ser, y esto se traduce también en dependencias, en espera de que otra persona nos venga a hacer felices, y creando expectativas excesivas, porque no sabemos estar sin el otro.
Es tan común que las personas se casen o tengan hijos no por convicción, sino porque eso dicta la sociedad para no ser excluidos o rechazados y sobre todo, para no estar solos. Se ha etiquetado la palabra soledad de tal manera que todos le rehuyen.
Para llegar a ser más conscientes de todo esto, es preciso tener el valor de enfrentarnos a estar con nosotros mismos, voluntariamente, evitando caer en el apego al otro o la entretenimiento para sentirme bien. Pequeños detalles y pequeños momentos en nuestra compañía, como si fuera un experimento, sin pantallas, sin atarnos a la interacción continúa y repetida con los demás. ¿Por que no? Salir, pasear con uno mismo, reencontrarse con ese ser genuino que habita dormido en cada uno de nosotros y hacer y decidir por convicción, no por ceder a las presiones externas, pues sí aprendemos a estar primero con nosotros mismos generaremos felicidad, estando o no acompañados.
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